En la asamblea se estaba discutiendo dentro de un clima distendido si los porteros debían ser empresas —como sosteníamos los miembros de la comisión junto a otros vecinos—, o empleados nuestros –—como pretendían algunos copropietarios.
Uno de ellos, soliviantado y sin ningún control, afirmaba con prepotencia a diestra y siniestra que los porteros debían ser empleados del edificio. Decía: «Si les pagamos el sueldo y aportamos por ellos en el BPS, dentro del horario correspondiente tienen la obligación de estar trabajando todo el tiempo solo para nosotros, y no estar sentados leyendo o hablando por teléfono, como muchas veces los veo».
Entonces otro copropietario, al que yo consideraba dócil e inofensivo y que hasta el momento se había mantenido paciente (cual cazador al acecho), le lanzó con un dejo de ironía:
—Usted debe ser coherente en las acciones de su vida particular con lo que está diciendo, ¿verdad?
—Por supuesto —respondió el interpelado, con expresión de asombro.
—¿De veras? —repuso el otro con un mohín, y todos los presentes intuimos el sarcasmo.
A continuación, con voz lenta y rígida que me hizo recordar al pegamento mientras se seca, le arrojó:
— Es usted un mentiroso retorcido y un ambiguo, habría que ser ciego, sordo y tonto para no darse cuenta de que la limpiadora del edificio, en horario que corresponde al mismo, trabaja en su apartamento. Y además tengo pruebas de que no la tiene afiliada al BPS.
El prepotente, un trucho total, se calló y su cara se puso roja como una estufa halógena a máxima potencia.
viernes, 12 de diciembre de 2008
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